II
Antes que lo humano y lo animal, fueron las tierras vírgenes, africanadas arterias: sus ríos, en cuyo hondo trasiego la vida emergía inmóvil: fue Apolo y Estilbe sin nombre todavía, la diversidad planetaria. El humano fue suelo natural, gris, tinaja fue líquido marino, roca estelar, Kéntauro de Tesalia o silicio mineral. Edulcorado y sangriento el azar pero la lucha desigual, cuyas iniciales estaban escritas en la tierra, en lo más hondo de la mar. África nadie pudo recordarla después, nuestros cielos la olvidó, la lengua del Kéntauro la olvidó, el idioma del mediterráneo la enterró y el lenguaje secreto se perdió o se impregnó de sangre y silencio. Pero no se perdió la esperanza, virtud teologal, como una bestia salvaje cayó un rayo celestial y se apagó la lámpara de Africa. Antes que lo humano y lo animal, fueron las tierras vírgenes africanadas arterias: sus ríos, en cuyo hondo trasiego la vida inmóvil: fue Apolo y Estilbe sin nombre todavía, la diversidad planetaria. Quiero contar historias, la historia de un Kéntauro que no lo es, Desde la armonía entre humanos, hasta las violentas oleadas de la mar, de la tierra mineral, en las espumas de claridad marina, y por las tierras del sahel o desde la sombría Grecia te busqué, África mía, esbelta guerrera de hierro y cobre cuna de la humanidad, cabellos intocables madre de cocodrilos, invasor el palomar. Yo soy nadie sólo toqué el mineral y dije: ¿Quién es ella? Y el corazón palpitó sobre africanadas arterias, sobre un mundo desconocido. Aunque caminé y camino como kéntauro o como humano, y era la sombra de sus ojos como un párpado marino. Africa sin nombre, curso del vivir estacional, lanza áurea, tu bálsamo me escaló desde lo más hondo por las raíces hasta el torso animal. Hasta la más fina palabra que no sale de mi boca.
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